¿Equivocarse es fracasar?

«Esto está mal”, “te equivocaste” “cometiste un error” son frases que solemos escuchar bastante a menudo en nuestra vida particular, para no decir que son monedas corrientes en nuestra cotidianeidad. Sin embargo, cualquiera sea el caso, estas frases nos suelen transmitir sensaciones de incomodidad, incertidumbre, pena y vergüenza. Sin que tengamos que hacer un gran esfuerzo, nos despiertan algún que otro recuerdo amargo.

Y es que, efectivamente, el error a lo largo de la historia de la humanidad ha sido concebido como fuente de problemáticas y complicaciones. Se lo ha comprendido como un obstáculo para  “la excelencia” de la persona y, por tanto, se lo ha visto ligado a aquellos dragones a combatir, montañas a superar, y cuestiones que debemos esconder, evitar y castigar, para así poder alcanzar el éxito, y no caer por el contrario en un fracaso.

 

mujer estudiando preocupada

Siguiendo esta misma línea, esta misma concepción se ha visto robustecida por la circulación y la promoción de una educación que no da lugar al error, al equivocarse y que, directamente, le cierra las puertas a pesar de que se vende como defensora de la diferencia y de la diversidad. De este modo, se liga al error inexorablemente al fracaso y no se da lugar a una mirada que abrace al mismo como una vía indispensable para que el aprendizaje pueda presentarse. 

Sin embargo, antes de ahondar más en esta necesidad de desterrar el mito de que el error es igual al fracaso, debemos de explicar anteriormente ¿Qué es aprender? Y a partir de allí, ¿Cuáles son los pilares que lo sostienen?

¿Cómo aprendemos?

Cuando pensamos en el aprendizaje, generalmente lo solemos asociar a la escuela y a un sinfín de temáticas abordadas por esta, que van desde el aprender a leer y a escribir, hasta el cálculo de operaciones matemáticas, la fotosíntesis, y un gran número de temas y materias más. Sin embargo, aprender implica mucho más que el mero tránsito por la escuela, y lo podemos definir como aquella capacidad a través de la cual podemos apropiarnos comprensivamente de la realidad que nos rodea. Dicho de otro modo, y desde una perspectiva neurocognitiva, podemos definirlo como aquel proceso por el cual el ser humano puede adquirir diferentes conocimientos a través de la intervención de diversos procesos mentales, y este aprender se va a presentar de forma constante a lo largo de toda nuestra vida. Tomando los aportes de Silvia Schlemenson (1996), podemos definir al aprendizaje como un proceso complejo de transformación e incorporación de novedades, por el cual cada sujeto se apropia de objetos y conocimientos. 

Sin embargo, no debemos olvidar que esta capacidad de aprender solo es posible gracias a la plasticidad cerebral presente en nuestro Sistema Nervioso. A esta, la podemos caracterizar como aquella capacidad que tiene nuestro cerebro de ir cambiando tanto en su estructura como en su función, para así poder responder adecuadamente a los estímulos y a las exigencias del entorno.

Docente revisando tarea de sus estudiantes

De un mismo modo, y tomando los aportes del neurocientífico Stanislas Dehaene, en el aprendizaje, además de resultar clave esta capacidad de neuroplasticidad, también entran en juego cuatro pilares fundamentales para que se realice todo aprender: la atención, el compromiso activo, el error y su feedback, y la consolidación. 

  • La atención: proceso específico por el cual nuestro sistema nervioso puede estar alerta, atento y vigilante, con la capacidad de focalizar la conciencia, sobre eventos tanto del espacio exterior como del interior. 
  • El compromiso activo: un organismo pasivo no aprende, por lo cual para aprender con eficacia es necesario rechazar la pasividad, y comprometernos completamente.
  • El error y su feedback: clave para lograr todo aprendizaje, ya que cuando lo detectamos, nuestro cerebro es capaz de cambiar y corregir los modelos que tiene del mundo, para así ir perfeccionándolos y mejorar su respuesta ante los estímulos entrantes. Sin embargo, para que este aprendizaje se realice y no lleve por el contrario a una frustración, resulta esencial que se presente una adecuada retroalimentación entre el que enseña y el que aprende, un feedback que resalte tanto las fortalezas como las debilidades, y pueda llevar a una mejora del sujeto sin dañar perjudicialmente su autoestima. 
  • La consolidación: Al principio, todo aprendizaje requiere un esfuerzo, pero con la práctica, este se automatiza, es decir se vuelve rápido e inconsciente, poniendo en funcionamiento un circuito especializado para realizar la tarea.

Cambiar nuestra mirada sobre el error

Entonces, si el error es clave para que podamos aprender, ¿no es hora de cambiar la concepción que tenemos del mismo en nuestros procesos educativos?

Combatir esta mirada sumamente negativa, reduccionista y estigmatizante del error, es menester para contribuir a la construcción de una sociedad cada vez más comprensiva, equitativa y más humana. Solo si luchamos ante la misma, vamos a poder dar lugar al error como posibilidad, como una oportunidad más de crecimiento, de mejora, poniendo el acento, no en el “fracaso” ni en el “no me sale”, sino en el “qué puedo hacer para mejorar”. Y es que si no les damos esta posibilidad a los niños, ¿Cómo podemos esperar que aprendan? ¿Cómo podemos demandar que les salga todo excelentemente, sin ningún tipo de percance a la primera de turno? ¿Cómo podemos esperar que no se frustren, si hacemos hincapié en su fracaso y debilidad, y no les mostramos de igual modo sus fortalezas? 

Y es que el error, sin su adecuada retroalimentación, es ligado inevitablemente a un fracaso, a un “no poder” y a sentimientos de incapacidad e inferioridad. Esto, inexorablemente, termina produciendo problemas en torno a la autoestima y en la forma en la que se auto percibe un sujeto.

Para finalizar, resulta clave hacer énfasis en realizar un cambio en nuestra educación. En palabras de Viktor Flankl “Todos los niños y jóvenes del mundo, con sus fortalezas y debilidades, con sus deseos y expectativas, tienen derecho a la educación. No son nuestros sistemas educativos los que tienen el derecho a determinados tipos de niños. Por lo tanto, es el sistema escolar de cada país el que tiene que ajustarse para cubrir las necesidades de los niños” (Frankl, V. 2004).

Foto de Inés Rodrigo

Inés Rodrigo

Estudiante avanzada de la Lic. en Psicopedagogía. Universidad Católica de Salta.

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